jueves, 10 de noviembre de 2016

La catrina


Tía Martha, que a sus 76 años no para con el dedo en el teclado, me mandó hace unos días un guasap llamando mi atención sobre lo que erradamente califiqué como necrofilia mexicana. Seguía una explicación de lo que allí llaman la catrina, que lejos de aclarar mis ideas me confundió aún más, pero me puso en la pista de varios fenómenos culturales e históricos que se han mezclado, dando lugar a un mestizaje de creencias indígenas y cristianismo, que es el que celebran los mexicanos en el Día de los muertos, coincidente con el Día de Ánimas o Día de difuntos del calendario cristiano.

En México dicen catrín al lindo, al lechuguino, al petimetre o currutaco. Catrina garbancera era la roída representación esquelética, de porte relamido, de los indígenas que, avergonzados de serlo, estuvieron sedientos de absurdos linajes españoles. Por extensión, Catrina se llama también a la poesía social mexicana del XIX, trufada de contestación política, porque la simbolizaba la emperifollada catrina garbancera. Y esta calavera engalanada devino a su vez la catrina que hoy enarbolan chicos y grandes el día de los muertos.


Ya en la pista que digo, creo haber comprendido que el mexicano no teme a la muerte porque la considera parte de la vida. Después de vivir, el morir iguala a todos y nos despoja de alcurnias y riquezas. Aunque la popular fiesta se vista de cuerpos descarnados y calaveras galanas, no gira alrededor de la muerte, sino de los familiares difuntos, a quienes se acoge en el recuerdo.