martes, 8 de noviembre de 2016

Mapas


Quienes de niños y no tan niños estudiamos Geografía a fondo, que incluía tanto la física como la política de España, de Europa y del resto del mundo, solemos hacer gala de nuestra memoria enunciando los ríos de Asia, los volcanes de Hispanoamérica, los lagos, los estrechos… Aun hoy, en un mapa mudo pongo el dedo sin dudar sobre el río Yangtsé, los volcanes Popocateptl y Cotopaxi, o el estrecho Skagerrak en la península de Jutlandia… También en la cordillera Penibética.

Los límites fronterizos siempre nos han sido familiares porque, como también estudiamos Historia, sabemos cómo evolucionaron a lo largo de ésta los Imperios. Sin embargo, la llamada “aceleración” histórica, la sucesión de acontecimientos con inusual rapidez, ha modificado la geografía política de manera hasta sorprendente. Comenzando por el proceso de descolonización que, en general, pudo darse por finalizado en los años 60 del siglo pasado, dando lugar a la aparición de nuevos estados, la secesión de territorios de éstos, el cambio de nombre de algunos de ellos, la desintegración de otros o el “estallido” de la gran madre Rusia… Más recientemente la problemática entre los estados que llamamos “árabes” de la ahora cercanísima orilla sur del Mare Nostrum.

Mi difunta madre (q.D.g.) aún me aficionó más a esta ciencia y a la Astronomía a ojo limpio, pues nunca dispuso de un mísero telescopio, pero sí de una buena colección —aunque antigua y monocolor— de mapas de constelaciones, planetas y estrellas, que yo mismo la engrandecí —cuando tuve posibles— con nuevos y carísimos atlas en color. A falta de referencias, ella me enseñó, usando mi espalda como pizarra, a descubrir siendo niño la ubicación de los astros en la noche estrellada según las estaciones. Siendo nonagenaria, para ella fue un algo mágico poderse acercar al cosmos desde la pequeña pantalla de una computadora; brujería era el uso de mi iPad. Con la tableta entre nosotros, me preguntaba sobre tal o cual constelación y la ubicábamos en el firmamento. Así descubrió el sistema escondido en el ignoto Alfa Centauri y se acercó a las Casiopeas, siempre por ella mentadas y no sé por qué.

El enunciado planetario de mamá se quedó en Plutón. Mucho se indignó cuando meses antes de su muerte al “enano” planeta  lo descalificaron como tal los del Smithsonian, para luego reponerlo: «Como siempre ha sido; no tenían ningún por qué». Pero Plutón ya no era el último, ni tampoco el sistema solar. Todo había “crecido” según disponíamos de nuevas tecnologías para la investigación y de los resultados de las misiones planetarias.


Una tarde de plomo y frías humedades repasamos con lápiz rojo en un buen atlas de gran formato las nuevas fronteras europeas. Sus posteriores comentarios me llevaron a tiempos anteriores al Imperio austro-húngaro. Me hizo sacar su Atlas Salinas, más viejo aún, donde figuraba la evolución de Europa hasta el magnicidio de Sarajevo. Ella fue la que entonces tomó la palabra y hablando hablando terminamos conversando sobre las grandes avenidas vienesas y el urbanismo de Haussmann en París, que también fue cosa política. Ya era noche cerrada cuando nos avisaron para cenar.

Hoy le brindo mi recuerdo, cuando desde la Biblioteca Británica me anuncian la apertura en los próximos días de una magna exposición de mapas del pasado siglo bajo el matizado título Maps and the 20th Century: Drawing the Line. La exposición no es de dibujos, sino sobre la nueva luz que arrojan los mapas sobre los eventos acaecidos a lo largo del siglo XX antes de la revolución digital. «Descubre cómo los mapas han hecho el mundo en el que vivimos», cuando en nuestros días es imposible siquiera imaginar que podemos desaparecer del mapa, como antes se decía.


Me gustaría volver a ser muchacho y, de la mano de mi madre, recorrer detenidamente las salas de la Biblioteca escuchando su decir.