sábado, 26 de noviembre de 2016

Los de la Radio

Javier Nagore Yárnoz (d.e.p.), “cabo de requetés” que me vio nacer al tiempo que su hijo Leandro y al que considero como “tío”, por su hermandad correligionaria, conmilitona y ¡mucho más! con mi padre asumió libremente la obligación, como si consigo mismo se hubiera juramentado, de convocar hacia el otoño de cada año, la Reunión” de todos aquellos que fueron compañeros en la 1ª Sección de la 1ª Compañía del Tercio de Radio Requeté de Campaña (TRRC), con el fin de reanudar la amistad que surgió en los frentes de la Cruzada de Liberación.

Cuando, “para regalar a sus amigos”, editó en 1982 sus Memorias de un voluntario en Radio Requeté de Campaña(1), escribía que jugaba con ciertas ventajas para convocarla, pues «nuestra Sección, de 40 a 50 hombres, con una independencia de actuación notable, y una formación casi civil (y no uso la palabra como peyorativo a la palabra contraria, “militar”), constituida toda por voluntarios, fue en aquellos años de guerra, y sigue siendo en los cuarenta y cuatro “de después” (de 1975 a hoy sólo podrá hablarse de una paz relativa en España) un ejemplo tal vez único.

»Hemos hecho bueno el primer cuarteto del soneto que dice:

“Los amigos se ganan en la guerra,
amigos de verdad, que nunca ‘reblan’;
son como las semillas que se siembran
y dan ciento por uno en buena tierra”.»

Y se remitía a las pruebas, que citaba, de todas y cada una de las reuniones: año, lugar, asistentes, circunstancias dignas de mención… Como buen notario, Javier levantaba acta, que luego distribuía, junto con la “foto de familia”, entre todos los que habían estado presentes en aquélla. Desde el año 1939, año de la Victoria, y hasta 1981 habían celebrado 43 reuniones, sin que hubiera año en que no se hubieran reunido al calor de la amistad, de los recuerdos y nostalgias compartidos. Observaba que los años no habían hecho mella en la amistad, antes bien ésta se había hecho más profunda, pues «no la basamos en los recuerdos, sino en la mutua estima y ayuda. Pues es amigo quien en las prosperidades acude siendo llamado, y en las calamidades sin serlo.»

Al cerrar el “limpio” de sus Memorias el 15 de octubre de 1981, festividad de Santa Teresa de Jesús, dejaba la 44ª Reunión entre interrogantes, «pues ¿quién puede prever si celebraremos todos los cuarenta y cuatro años de amistad […]? La “orden”, o “la tabla”, no manda “palmar”, sino celebrar la reunión en el mes de Mayo, en Eguaras [su casa en el Valle de Atez, cabe Pamplona], y repartir allí este libro entre los asistentes; y que su “hacedor” el del libro y José Mari Lizarralde, celebren su “veteranía constante”, sus cuarenta y cuatro años de asistencia “¡sin faltas!”, dice José Mari a las reuniones de hermandad.

»Por eso, mientras escribo estas líneas últimas, rezo para que todos lleguemos a la celebración […]

»¡Animo, amigos! Recordemos juntos el final de aquel Romance de los muertos en el campo:

»”¡Y cómo iguala la muerte
los rojos y los azules!
¡Qué amor de sol los acerca!
¡Qué paz de tierra los une!
Nadie es nada. Todos son
sílabas que se resumen
en un romance sin nombre
y en un olvido sin cruces.
Pero Dios sabe los nombres
y los separa en las nubes.”

»¡Dios sabe más! ¡Dios sabe los nombres!

»Esperemos, amigos, esperemos; pues el valor espera, mientras que el miedo va a buscar. Esperemos.

»Cuando todo parece perdido es la hora de las almas grandes.»

Pero no fue así, como dudaba. No solo llegaron a la 44ª reunión, sino que se cumplieron 75ª, llegaron hasta la septuagésima quinta, que es difícil hasta de decir. Se trata de algo raro, inaudito,  insólito, único —según creemos— en la historia de las unidades del Ejército español: «que los supervivientes de una Sección de una Compañía […] conmemoren juntos (“Todos juntos en unión”, como se canta en el “Oriamendi”) una guerra que comenzaron como soldados voluntarios o no, que de todo hubo y terminaron como amigos. […] A lo largo de tres años de guerra, fueron catalizándose las diversas ideologías. Tradicionalistas, carlistas de pura cepa y dinastía, falangistas, monárquicos alfonsinos, cedistas, republicanos e, incluso, “gudaris” de los que se nos enfrentaron en las campañas de Guipúzcoa y Vizcaya, todos sin ser los últimos los menos ardorosos en la defensa del ideal que nos unió coincidimos, mantuvimos en alto, y con él triunfamos, el “por Dios y por España”. Las motivaciones de “fueros” y “rey”, aunque importaron, pesaron mucho menos que aquel alto, simple, desnudo ideal por el que tantos murieron bajo el fuego.»

No les unió la juventud, añade, aunque este fuera el elemento aglutinador. «Nos unió […] sólo el ideal. Con éste acudió, se estrechó y permanece la amistad. Sí, un ideal. Aquél “que defendió la fe y la civilización cristiana y supo resistir el empuje de los que, engañados con lo que creían un ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo”. Entonces intuíamos las palabras definitorias de Pío XII, hoy sabemos su verdad. Como sabemos la verdad de una amistad obras son amores que sin aquél ideal sería vana.»(2)

Al presentar las Memorias de Nagore en sociedad podríamos decir Rafael Gambra dejó bien escrito que, «sin embargo, y pese a la siniestra imagen que hoy se ha difundido de guerra —de toda guerra y de nuestra “guerra civil” en particular— aquella lucha fue, sobre todo en los frentes nacionales, alegre. Porque la alegría es compañera inseparable de la fe y de la esperanza, como la tristeza y el desaliento son de la falta de fe y de la desesperanza. En medio de tantos horrores y penalidades, los combatientes cantaban, se ofrecían voluntarios unánimemente para las empresas más arriesgadas, y jamás dudaron del triunfo ni de la santidad de su causa.»(3)

Y si la Victoria sobre las huestes rojas fue proclamada en abril, el 12 de octubre tuvieron ya la primera reunión, en la festividad de la Virgen del Pilar, patrona de las Españas.






Afirma Javier Nagore que la repetición de datos, tan parecidos año tras año desde 1939, no han supuesto monotonía para ellos, los de la Sección. Sin embargo, puedo añadir yo, testigo de excepción de las últimas reuniones, que cada convocatoria había más bajas por fallecimiento y por los achaques propios de la edad. Cuando Javier cantaba en el Memento de Difuntos de las Misas anuales el creciente número de los que ya les acompañaban desde el cielo, los presentes no podían reprimir un mohín de esperanza celestial.

Durante el banquete, siempre excusaba Javier a quienes no habían podido asistir por hallarse impedidos, y también daba razón de sus circunstancias personales y de las adhesiones recibidas de terceros. Es digno de notar que, conforme se reducía el número de supervivientes de la Sección, se iban arrimando al socaire del evento anual otros excombatientes que, habiendo pertenecido a otras unidades, compartían espíritu y amistad con éstos. Grandes personas todos ellos, de quienes aprendimos mi hijo y yo el secreto del combatir sin odio. «Pues si algo hubo que nuestra generación la de la guerra por España olvidó, ese algo fue el odio. Y, en cambio magnificamos el heroísmo, esa virtud con la que se gana el cielo.»(4)



1. NAGORE YÁRNOZ, Javier, «En la 1ª de Navarra». (Memorias de un voluntario navarro en Radio Requeté de Campaña). Madrid, 1982, pp. 160 y ss.
2. Ibid. id., p. 6-7.
3. GAMBRA, Rafael, “Un libro entrañable de Javier Nagore. ‘En la 1ª de Navarra’”. El Alcázar, 6 de marzo de 1982, p. 3
4. NAGORE, op. cit., p. 124.