miércoles, 4 de junio de 2014

Ciudadano de porvenir


Cuando el corazón ansía y la duda se manifiesta como negra nube, cuando la derrota parece inminente, cuando se hace examen de cuanto hiciste y omitiste a los tuyos, cuando no tienes más remedio que creer que no es posible que los malvados se salgan con la suya, cuando parece evidente que tiene que haber una Justicia más allá de la paupérrima de los hombres, cuando la vida parece un sinsentido, entonces llega el día en que te toca leer, por una casual casualidad, la desesperada invocación del salmista: «Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos,/ que desaparece la lealtad entre los hombres:/ no hacen más que mentir a su prójimo,/ hablan con labios embusteros/ y con doblez de corazón. […]». Y Dios se manifiesta al agobiado: «…yo me levantaré,/ y pondré a salvo al que lo ansía» (Ps. 11).  Entonces el alma se esponja porque te sabes no dejado de la mano de Dios. Surge tu alegría, que mana «entre escombros de proyectos fracasados. La que no logran desalojar de los pobres ni la cárcel de los sistemas sociales ni los edictos arbitrarios de los amos» (B. González Buelta), que quieren que cuando al fin te doblegues ante ellos, lo hagas por tu propia voluntad, rindiéndoles pleitesía.


William Blake cuenta (El casamiento del cielo y del infierno)  que los demonios tenían por costumbre decirse entre ellos este avisado proverbio: «El hombre que mejor te conoce es aquél que permitió que abusaras de él».

El Bosco: Tríptico del juicio de Viena (frag.)