domingo, 11 de diciembre de 2016

Mira, lo necesito


Me falta la madre desde hace un año. Murió de vieja, mas no pelleja, que estaba de muy buen ver y mejor cabeza. Una real anciana centenaria, casi. Velé su tranquilo sueño de la última noche, mientras se me agolpaban recuerdos de nuestra primera vida juntos. Tuve también largos y amorosos silencios con mi alma, pasmada la cara en una sonrisa, mientras me complacía con herméticos sentimientos de mi primera niñez.


Leiza, 1946

Acariciando mi mejilla tenía por costumbre decirme con suave voz: "¡Tu siempre fuiste el primero!". No el más amado, quizá el más esperado, quien cambió el rumbo de su vida, porque la hice madre. Troqué su ilusión en dolor y aún le hizo más mi nacimiento, cuando me acunaba roída por la infección. Mamé poco, lo que había, pero no tuve ama y  probé a duras penas papilla. Pertenezco por derecho propio a una doble generación, la española del “Pelargón” de postguerra y la del baby-boom que siguió a la capitulación del Eje, como si todos los veteranos se hubiesen puesto a copular como locos y a la vez. Mamá, que era muy pacata para esto, se moría de risa cuando ya de mayor, desvergonzadamente, se lo evocaba. Crecí sano y fuerte.

Luego vinieron los otros, mis hermanos, con la cadencia del ciclo anual. Nueve meses más cuarenta días, que entonces se cumplían. Hasta siete veces y un “tropiezo”, que se llamó… "¡Angelicos al cielo!" decían mis abuelas y marchaban a Misa de Gloria.

Mamá, niña grande que parpadeas en el firmamento entre tus estrellas preferidas, cuando miro al cielo acaricia mi mejilla y repíteme de vez en cuando con voz queda: "¡Tu fuiste el primero!”.

Mira, mamá, lo necesito.