viernes, 2 de diciembre de 2016

Un extraño en mi casa


Tía Martha sabéis que es ochentona tiene buena cabeza para los recuerdos y, además, es una buena cuentista de palabra y por escrito de narraciones pedagógicas. Desde Coahuila de Zaragoza me manda ésta, que apaño a nuestro decir:

«Unos cuantos años después de que yo naciera, mi padre conoció a un extraño, recién llegado a nuestra pequeña población. Desde el principio, mi padre quedó fascinado con este encantador personaje, y enseguida lo invitó a que viniera con nuestra familia. El extraño aceptó y desde entonces ha estado con nosotros.

 Mientras yo crecía, nunca pregunté cuál era su lugar en mi familia; en mi mente joven ya le tenía adjudicado un lugar muy especial. Mis padres eran educadores complementarios: Mamá me enseñó qué era lo bueno y lo que era malo; mi papa me enseñó a obedecer. Pero el extraño era nuestro narrador. Nos mantenía hechizados durante horas con aventuras, misterios y comedias. Él siempre tenía respuestas para cualquier cosa que quisiéramos saber de política, de historia o ciencia. ¡Conocía todo el pasado, el presente y hasta podía predecir el futuro!

 Consiguió llevar a toda mi familia al primer partido de fútbol. Me hacía reír, me hacía llorar. El extraño nunca pensaba en hablarnos, pero a mi padre no le importaba.

La Mochililla. En http://lashistoriasdelprofe.blogspot.com.es

A veces, mamá se levantaba temprano y callada, mientras que el resto de nosotros estábamos pendientes para escuchar qué tendría que decirnos, pero ella se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad. (Ahora me pregunto si ella habrá rogado alguna vez para que el extraño se fuera).

 Mi padre dirigió nuestro hogar con ciertas convicciones morales, pero el extraño nunca se sentía obligado a honrarlas. Las blasfemias, las malas palabras, por ejemplo, no se permitían en nuestra casa. Ni por parte de nosotros, ni de nuestros amigos o de cualquiera que nos visitase. Sin embargo, el extraño utilizaba sin problemas y con mayor frecuencia un lenguaje inapropiado que a veces quemaba mis oídos y que hacía que papá se retorciera y mi madre se ruborizara.

 Papá nunca nos dio permiso para tomar alcohol, pero el extraño nos animaba a intentarlo y a hacerlo regularmente. Hizo que los cigarrillos siempre parecieran frescos e inofensivos, y que los cigarros y las pipas se vieran distinguidos como cosa de hombres. Hablaba libremente (quizá demasiado) sobre sexo. Sus comentarios eran a veces evidentes, otras sugestivos y generalmente vergonzosos.

 Ahora, ya mayor, me doy cuenta de que mis conceptos sobre las relaciones personales fueron influenciados fuertemente durante mi adolescencia por el extraño. Repetidas veces en casa lo criticaron, mas nunca hizo caso a los valores de mis padres y, aún así, permaneció en nuestro hogar.

 Han pasado más de cincuenta años desde que el extraño se mudó con nuestra familia. Desde entonces ha cambiado mucho; ya no es tan fascinante como era al principio. No obstante, si hoy pudiera entrar usted en la guarida de mis padres, todavía lo encontraría sentado en su esquina, esperando por si alguien quiere escuchar sus charlas o dedicar su tiempo libre a hacerle compañía.

 ¿Que cómo se llama? Nosotros lo llamamos Televisor; se nos ha casado con la Computadora, tienen un hijo adolescente que se llama Celular y su novia guiri es Smartphone».