martes, 13 de diciembre de 2016

Rogue One


Me proponían acudir a ver Rogue One: Una historia de Star Wars, el primer spin off dirigido por Gareth Edwards, que está siendo un éxito de taquilla allá donde fueres. Ya les he dicho que lo siento, que no les acompañaré, que no me gusta ese género de cine tan recurrente en nuestros días.

Nadie más lejos que yo del transhumanismo en él subyacente, porque se me antoja un movimiento cultural no ya exótico, sino  desesperado. Se ha convertido en una ideología alimentada por la pretensión, en nombre del progreso, de la mejora de la condición humana mediante el desarrollo de tecnologías que optimicen las capacidades tanto físicas como psicológicas del hombre.

Los éxitos de la robótica y la biónica no significan que, de igual modo, pueda alcanzarse el mejoramiento del hombre y de la sociedad. Ni la nuestra ni la de nuestros hijos. Una cosa son las avanzadas tecnologías de que disponemos, que nos brindan óptimas soluciones, siempre mejorables, y otra muy distinta que, incluso agrupadas holísticamente, puedan dar solución a las cuestiones que se plantean en esta postmodernidad que vivimos, cuando algunos ya hablan abiertamente de un posthumanismo.


Prefiero aquellos filmes cuyo guión cuenta historias verosímiles de la sociedad de los humanos, de carne y hueso. Hay mucho para contar de Pepita y de José.