miércoles, 21 de enero de 2015

Δραμα



Δραμα
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Se había hecho de noche y aprovechando que estábamos para otra cosa en Drama, allende Tesalónica, casi en los confines de Grecia con Bulgaria, nos llevaron en tropel a inaugurar la exposición de la obra pictórica de un español, auspiciada por un programa comunitario europeo. Hasta allí habían itinerado juntos el autor, la marchante y esposa de éste y la hija de ambos.

Tras un tortuoso trayecto en bus y subir cuatro o cinco tramos de empinada escalera, nos metieron a cuarenta en un desván de unos escasos cien metros cuadrados. En sus paredes colgaban telas y cartones de colores vivísimos o muertísimos, sin término medio, y factura desigual. La marchante pronunció un speech en inglés presentando la genialidad de la obra; luego el artista uno interminable sobre sus derroteros, inspiraciones y técnicas.

Mientras, los invitados, que vestíamos riguroso traje oscuro y corbata, sudábamos la gota gorda y nos mirábamos incrédulos, pero impertérritos. Pero solo al principio. Roger, que está mayor, muy grueso y sufre de disnea, me pregunto con sibilante voz baja si conocía la obra del artista. Le dije la verdad, acompañada de un mohín: que en mi vida había oído hablar de él. Ello, unido a su percepción del arte contenido en las piezas, le llevó a concluir sarcástico, arqueando las cejas y con media voz: “Mais alors… C’est un illustre inconnu! Un malheureux, quoi…!” [*]. Y me entró una risa floja imposible de contener, que se fue propagando entre quienes compartíamos pecho con espalda.

El colmo llegó al rato, cuando los anfitriones nos ofrecieron a duras penas una copa de vino griego, acompañada de pistachos, de modo que si tenías la copa no pelabas la almendra y si pelabas ésta no tenías dónde dejar aquélla, por lo que al final todos optamos por aguantar la copa con una mano y, con la otra, acercar el pistacho al colmillo para ver de quitarle media cáscara, escupirla al suelo, extraer la semilla y comerla. Parecíamos afanosas ardillas que, además, escudriñaban entre incomprensibles trazos. Como pardillos. Con cuatro pistachos no hubo forma de hacer cama al resinoso vino y se nos adueñaron las nieblas. El suelo quedó como el de un gallinero. Luego no sé dónde cenamos no sé qué raro y nos fuimos a dormir. En autobús. Yo tuve barco y ardor de estómago.





[*]  «Entonces… ¡Es un ilustre desconocido! ¡Un desgraciado, o qué…!»