martes, 20 de enero de 2015

Mi bandera


Me ha llamado siempre la atención que el pueblo norteamericano, porque es pueblo a pesar que cada cual haya mamado la leche de su madre, enarbole en cada casa la bandera de las barras y las estrellas, la que se dieron en 1777. Da lo mismo que el apellido del casero sea holandés, irlandés, alemán, italiano, español o de conveniencia. Siempre presentes las barras y las estrellas. Luce hasta en la solapa de los cargos públicos. ¿Qué significa esto? La expresión de que son un pueblo, que son nación, es decir una voluntad, una comunidad de destino que se significa exteriormente con éste símbolo y con su himno, de origen tabernario, por cierto, de “La bandera cubierta de estrellas”.

La bandera representa también los valores que impregnan al Estado del país que representan. Es el caso de la tricolor francesa, que personaliza las esencias republicanas de la revolucionaria Francia.

Como símbolo que es, a la bandera se le rinden honores, especialmente por las fuerzas armadas que con ella se identifican, y es objeto de normas de protocolo, como si de una persona se tratase. Transmite también los sentimientos del pueblo al que representa en determinadas circunstancias, izándola a media asta, con crespón negro, al revés, etc. Es sabido que la ofensa a la bandera, de palabra u obra, es castigada en los códigos penales de la mayoría de los países

Oriana Fallacci ha hablado en varias ocasiones de la nueva izquierda italiana y de sus banderas, que han pasado de ser roja a ser arco iris. Este es —decía— el nuevo estándar de los izquierdistas. ¿Y si echas mano de la tricolor italiana, una bandera tan reciente como lo es la unidad italiana? Pues «es una herejía tener nuestra tricolor. Eres tachada de reaccionaria, de fascista, de belicista, si colocas en tu ventana nuestra tricolor. ¿Sabe −dice− que nadie la vende? ¿sabe que muchos tienen miedo, digo bien miedo, de venderla? ¿Sabe que para cómprala hay que ir a las tiendas que venden artículos militares? ¡Artículos militares! Y aún hay más».[*]

Otro tanto ocurre aquí, en España, la nación más vieja del mundo, donde nadie enarbola los colores de su bandera y si alguno lo hace es tachado inmediatamente de fascista. No es hoy un símbolo de unión y voluntad como antaño lo fuera. Nadie conoce el origen de la moderna bandera (1785) ni el significado de sus colores. Nadie sabe cuando se le incorporó un escudo, tampoco los elementos de que éste se compone y el significado de los mismos. Y se oyen majaderías descomunales en boca de los proclamados representantes del pueblo. A mí me gustaría enarbolarla en mi puerta, por la misma razón que lo hace el norteamericano, quien al así hacerlo, no menoscaba la de su Estado federado, porque su cabeza sabe diferenciar qué es la parte y qué el todo.

Vergüenza me da, aquí y acullá, ver las banderas desganadas que cuelgan de los mástiles de los edificios públicos. Son unos trapos pequeños, sucios y desgarrados a los que nadie da importancia, a los que nadie honra. Me avergüenzo por los míos y por los que nos visitan, pero sobre todo por los míos.





[*] FALLACCI, Oriana, Oriana Fallacci intervista a sé stessa.  La esfera de los libros, Madrid, 2005; p. 90.