sábado, 17 de enero de 2015

El oso de Pep


Después de ejercer largo rato como estrella invitada ante los quince, narrando con la ensoñación de los ojos vueltos de quien domina el busilis de la cuestión, acompañándose de ademanes y un tono de voz modulado hasta la dulzura, Pep nos advirtió que no vendría a cenar, que tenía compromiso con los suyos del lugar. Pero a mí me da que no le recibieron, porque apareció en el Círculo Mercantil justamente cuando terminábamos una taza de crema deslavazada de verduras. Le hicieron sitio a un lado de la gran mesa, centrado entre sus conmilitones. Porque dio la maldita casualidad que los que no lo éramos nos habíamos sentado con la peor vista, dando las espaldas al mar.

Habló, celebrado por los suyos, de casi todo. Especialmente acerca de lo mucho que ha cambiado el país y de lo que es y no es progreso. También peroró sobre el socorrido chapapote hace tiempo ya de esto y se adornó con alguna vivencia personal:

«–Cada año, cuando subo a mi pueblo, uno pequeñito colgado en el Pirineo, visito la Residencia, porque sabed que allí también se atiende a la tercera edad. Siempre me encuentro con los mismos y las mismas, cada año un poco peor, pero aguantan aparcados sin decir ni pío, mirando la tele desde el punto de la mañana. Ya no tienen a nadie, pero los mantienen bien y así duran, duran y duran.

»—(Silencio, con asentimiento de los suyos)

»–Aguantan deteriorándose ante a la tele, y no me parece a mí que sea esta una vida digna para ellos. Cada vez hay mas gente así y, además, el gasto no hay quien lo aguante y no reporta nada. Habría que entregarlos al abrazo del oso".

»—(Silencio espeso)

»– No sé, algún modo digno habrá…»

Hubo quienes le rieron la ocurrencia, los más callamos por no hacer coro. Sólo le daba rollo el gallego, pero como quien da cuerda al potro, para que muestre el trote. ¡Y mira si lo mostraba! La canariona, tan poderosa y despechugada que pintaba  lo que no era, nos reparó a media voz a los de enfrente:

»—El oso empezará por su puta madre, la de él, claro…»

El silencio no pudo tapar la observación y volvió a hacerse espeso.


Así están las cosas.