viernes, 2 de enero de 2015

El habla de los árboles


Tata Mari me enseñó el hablar de los árboles. ¿Quién desde muy niño no ha abrazado un árbol? Los árboles sueltos callan, porque no tienen con quién hablar, pero los bosques e incluso los bosquetes son como la torre de Babel, porque cada cual habla su lenguaje, con la particularidad de que todos entienden sus voces entre sí: unos crujen, otros se balancean, otros aletean sus hojas de mil formas y colores cuando silba el viento entre sus ramas.
Hojas de mi arce,
quien más me ha contado de
cuanto le contaron

Cuentan su vida, desde semilla o plantón. El principio siempre fue peligroso, porque las primeras hubieron de librarse de la voracidad de los pájaros, de los ratones y ardillas. Los plantones tuvieron primero que agarrarse bien al suelo y escamotear el mordisqueo de caballos, vacas, ovejas y cabras. Éstas, a nada que brota hacen asco.

Todos crecieron a la sombra de quienes tenían más historias que contar y vieron caer a sus hermanos y primos bajo el hacha del hombre y aparecer luego reencarnados en solivos, tarimas y, los más preciados, en muebles para el servicio de quienes los compraron en rollo. La mayoría no pasó de ser leña, sumisa a las necesidades de los hombres. Uno por diez, era la regla del Valle de Baztan: por uno que caía aparecían diez más a quien contar vidas pasadas.


Algunos centenarios salieron de milagro ilesos del fuego que les dieron los franceses de la Convención. Otros, más jóvenes, provienen de lejanas tierras donde los hombres son de otra estatura y color. Pero también se les entiende si se apoya la oreja a su tronco. En Bertiz cuentan su vida y nos advierten de sus temores al ver el poco aprecio que tenemos los hombres a la Naturaleza.